El acueducto de Temoac, conocido popularmente como “Los Arcos”, es una de las obras hidráulicas coloniales más representativas del oriente de Morelos y un vestigio tangible de la forma en que la ingeniería virreinal transformó la vida de los pueblos y haciendas de la región. Su construcción respondió a una necesidad muy clara: garantizar el suministro constante de agua para las haciendas cañeras y trapiches que marcaron la economía del estado desde el siglo XVI hasta el XVIII. En esa época, el cultivo de la caña de azúcar se convirtió en una de las principales actividades productivas, lo que exigió infraestructuras capaces de aprovechar de manera eficiente los manantiales y corrientes naturales.
La obra, edificada con piedra, cantera y argamasa, se levantó con base en una técnica que los constructores coloniales replicaron en distintos puntos de la Nueva España. Sus arcos, además de ser funcionales, cumplían la tarea de salvar los desniveles del terreno y permitir que el agua descendiera de manera controlada hacia las haciendas y sembradíos. Temoac se encontraba en una posición estratégica, pues recibía agua proveniente de zonas más elevadas como Tecajec, y gracias a este acueducto se logró canalizar el recurso hacia las tierras que hoy conforman parte importante del municipio.
El acueducto estuvo directamente vinculado a la hacienda de Santa Lucía, además de abastecer a otras propiedades agrícolas menores. Durante los siglos de la Colonia, estas haciendas fueron los centros de la economía regional, en donde no sólo se procesaba la caña, sino que también se desarrollaban relaciones sociales y laborales que marcaron la vida de comunidades enteras. El agua transportada por “Los Arcos” hacía posible el funcionamiento de los trapiches, el riego de los cultivos y, en menor medida, el consumo de la población cercana.
La importancia de este acueducto no debe entenderse únicamente desde lo técnico, sino también desde su papel simbólico y cultural. Con el paso del tiempo, el conjunto fue apropiado por la memoria colectiva y se le otorgó un valor que va más allá de su utilidad original. Hoy, cuando se menciona el nombre de Temoac, muchas personas lo asocian directamente con la imagen de “Los Arcos”, que se han vuelto parte de la identidad del municipio.
El contexto en el que surgió esta construcción nos habla de un Morelos profundamente marcado por la presencia de la caña de azúcar y de las órdenes religiosas que administraban buena parte de las tierras. Entre ellas, los jesuitas tuvieron un papel fundamental en la región, llegando a controlar decenas de haciendas en el transcurso de apenas unas décadas. La red de acueductos que impulsaron fue una muestra clara de cómo la producción agrícola dependía del dominio del agua.
Durante el virreinato, el control de los recursos hídricos significaba poder. El acueducto de Temoac representó precisamente eso: la posibilidad de sostener un sistema económico que exigía enormes cantidades de agua para producir azúcar en gran escala. Esta situación generó no sólo una transformación ambiental, sino también social, pues los pueblos originarios quedaron subordinados a las dinámicas de trabajo impuestas por las haciendas.

Con el tiempo, y especialmente tras la independencia y la fragmentación de las haciendas, la función original del acueducto comenzó a desdibujarse. Ya en el siglo XX, muchas de estas estructuras quedaron en desuso, y en el caso de Temoac, “Los Arcos” permanecieron como ruinas visibles que recordaban un pasado marcado por la explotación agrícola. Sin embargo, su imagen nunca se perdió del todo y siguió siendo reconocida por los habitantes de la zona.
El municipio de Temoac se constituyó oficialmente en 1977, lo que dio un nuevo sentido de pertenencia a sus pobladores. En ese proceso de identidad comunitaria, el acueducto fue asumido como un símbolo, no sólo de la herencia colonial, sino también de la continuidad histórica que enlaza el presente con las huellas del pasado.
Hoy en día, aunque el acueducto ya no cumple su función hidráulica, conserva un valor patrimonial innegable. Es un vestigio arquitectónico que ayuda a comprender la magnitud de la influencia colonial en Morelos y la forma en que la infraestructura del agua moldeó el paisaje. Su presencia refuerza la importancia de la conservación, pues se trata de una construcción que, de no recibir atención adecuada, corre el riesgo de deteriorarse hasta perderse.
A pesar de su modestia frente a otros acueductos coloniales del país, el de Temoac encierra un valor particular porque conecta de manera directa a la comunidad con su historia. No es un monumento aislado, sino un elemento integrado al territorio y a las memorias locales, lo que lo convierte en un referente cultural y educativo de gran relevancia.
Para el visitante que llega a la región, contemplar “Los Arcos” significa adentrarse en una narrativa que combina historia, arquitectura y tradición oral. En torno a la estructura circulan anécdotas y leyendas que fortalecen su presencia en el imaginario colectivo, y aunque muchas de ellas no tienen una base documental, cumplen la función de mantener vivo el vínculo entre el pasado y el presente.
El acueducto de Temoac es, en esencia, una obra que encarna el poder del agua como motor económico, social y cultural. Desde su construcción en el periodo virreinal hasta su permanencia como símbolo local, se mantiene como una pieza clave para entender la historia del oriente de Morelos y el papel que desempeñó en el desarrollo agrícola de la región. Hoy, “Los Arcos” invitan a reflexionar sobre la importancia de preservar el patrimonio como una forma de mantener la memoria viva de los pueblos.