Oculto entre las calles antiguas del centro de Cuernavaca, se encuentra el Callejón del Diablo, un estrecho corredor de piedra que ha desatado leyendas durante siglos. Más que un simple pasaje olvidado por la modernidad, este rincón de la ciudad es un nodo donde convergen la historia colonial, la superstición popular y la fascinación por lo desconocido. Su misteriosa atmósfera y la persistencia del mito lo han convertido en un símbolo del folclore local.
Huellas coloniales y la sombra de Hernán Cortés
El Callejón del Diablo se localiza cerca de uno de los puntos históricos más relevantes de Cuernavaca: el Palacio de Cortés, edificado por orden del conquistador español Hernán Cortés poco después de la caída de Tenochtitlán. Este edificio sirvió como residencia y fortaleza del propio Cortés en la primera mitad del siglo XVI, y se encuentra apenas a unas cuadras del famoso callejón.
Muchos historiadores locales han sugerido que los callejones aledaños a la propiedad de Cortés formaban parte de un sistema de paso entre propiedades, patios de servicio y accesos discretos para criados o soldados. Es posible que el Callejón del Diablo se usara como un camino secundario en tiempos de la colonia, y que su nombre naciera posteriormente, ya desprendido de su función original.
Aunque no existen documentos que prueben que Hernán Cortés haya transitado directamente por este pasaje, sí es probable que sus sirvientes o colaboradores lo hayan utilizado durante su estancia en la ciudad. Cuernavaca fue una de las primeras regiones bajo control directo de Cortés tras la conquista, y muchos de los trazos urbanos coloniales aún visibles hoy —incluyendo callejones como este— se remontan a ese periodo.
La leyenda del pacto
La historia oral recogida en generaciones pasadas cuenta que, en el siglo XIX, un joven de familia rica, desesperado por mantener su estatus, invocó fuerzas oscuras en el callejón con la intención de pactar su alma a cambio de fortuna. Según el relato, la figura del Diablo se le presentó una noche, bajo una luna nueva, y aceptó el trato.
Desde entonces, muchos aseguran haber sentido presencias inexplicables al cruzar el callejón por la noche. Hay quienes dicen haber escuchado pasos detrás de ellos, murmullos indescifrables o incluso risas secas en medio del silencio. Algunos vecinos mayores relatan haber visto sombras que desaparecen entre los muros, y otros, más escépticos, lo explican como resultado de la sugestión provocada por la fama del lugar.
Testimonios y supersticiones
Durante el siglo XX, el callejón se volvió sinónimo de advertencia para los niños. “No pases por ahí o te va a llevar el Diablo”, decían muchas abuelas cuernavacenses, manteniendo viva la leyenda en el imaginario colectivo. Aunque en la actualidad el callejón ya no representa un peligro físico, muchos aún lo evitan por las noches.
Vecinos de la zona han compartido testimonios diversos a lo largo de los años. Entre ellos, una mujer que vivió frente al callejón durante la década de 1970 cuenta que, al asomarse desde su balcón, llegó a ver luces encendidas que parpadeaban sin explicación aparente, a pesar de no haber faroles eléctricos en ese tiempo. Otro relato menciona a un perro que se negaba rotundamente a cruzar el pasaje, ladrando hacia una esquina vacía.
El callejón en la actualidad
Hoy en día, el Callejón del Diablo conserva su traza original: muros altos de piedra volcánica, piso de empedrado irregular y una atmósfera que impone respeto. A pesar del desarrollo urbano que rodea al centro histórico, este pasaje permanece casi intacto, como detenido en el tiempo. Es común que exploradores urbanos, fotógrafos y amantes del misterio lo visiten, especialmente al atardecer, buscando experimentar de primera mano el ambiente que tantas historias ha generado.
Para la mayoría, se trata solo de un vestigio del pasado; para otros, es un umbral simbólico hacia lo inexplicable. Lo cierto es que este callejón, situado cerca de la antigua residencia de Hernán Cortés, sigue siendo uno de los rincones más fascinantes y enigmáticos de Cuernavaca.